Lección 3
La jornada final del Señor Jesús
Texto basico: Mateo 23:1-7, 13, 15,23-26,29-32
Introducción al Tema:
Esta denuncia de la hipocresía de "los escribas y fariseos" fue proclamada por Jesús "a la multitud" durante sus últimos días de enseñar en el templo (23:1). Jesús habló clara y seriamente en un discurso largo acerca del juicio de Dios sobre los líderes del judaísmo (23:1-36), sobre Jerusalén e inclusive sobre las naciones (24:1- 25:46). Había pasado el tiempo de gracia para los líderes religiosos de Israel, por lo que el Señor se dirigió ahora a sus discípulos y a la multitud de peregrinos y les advirtió contra sus guías espirituales. Sin embargo, es posible que algunos fariseos y escribas se quedaran para escucharlo. A ellos les dirige una serie de "ayes" solemnes. Estas palabras constituyen la denuncia más severa salida de los labios de Cristo. Él nunca les habló en este tono a los pecadores, o al pueblo común. Era muy paciente con los publícanos y las rameras, pero no podía soportar el fingimiento religioso, la excesiva escrupulosidad en las cosas triviales, el alarde de erudición y el orgullo de los escribas y fariseos por considerarse justos. En este discurso, hace resaltar lo repugnantes que son la religión hueca y la hipocresía.
En la estructura del evangelio de Mateo se puede considerar este discurso como un notable contraste con el Sermón de la Montaña, que empieza con las bienaventuranzas (capítulos 5-7). En éste proclama la doctrina de la verdadera justicia, mientras que ahora pone al descubierto la falsa justicia del fariseísmo y de los rabinos. En el también pronuncia las '"bienaventuranzas", mientras que en estos momentos pronuncia los "ayes".
Aunque ésta es una denuncia, Jesús la pronunció en un espíritu de tristeza y lamento (23:37- 39). Este "sermón" no es una maldición llena de odio, sino una advertencia de amor, diciendo: "¡Ay, lástima de vosotros, escribas y fariseos!"
Jesús denuncia la hipocresía (Mt. 23:1-12)
En este discurso. Cristo denunció varias faltas de los escribas y fariseos.
- Eran hipócritas: "dicen y no hacen". Sus enseñanzas tenían validez, pero su ejemplo era objetable, ya que su conducta contradecía a sus enseñanzas (Mateo 23:2, 3). La primera denuncia enfocó el anhelo de estos religiosos de ocupar una elevada posición de autoridad en las sinagogas: la cátedra (silla) de Moisés. Cada escriba buscaba la estimación de ser el intérprete mayor en su sinagoga local y cada fariseo el practicante más obediente de la ley. A ambos les gustaban los puestos altos delante de la gente. La segunda condenación tenía dos filos. Primero, ellos eran buenos estudiantes de la ley, por eso, Jesús dijo: todo lo que os digan hacedlo y guardadlo. No había problema con su conocimiento de ley, sino con sus motivos y maneras de obedecerla. Y segundo, no hagáis según sus obras porque ellos pretendían cumplir con toda la ley, pero en realidad su obediencia era externa y no interna, como Jesús les diría más adelante: "por fuera os mostráis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad" (23:28).
- Le añadían a la Ley la pesada carga de sus tradiciones. Para demostrar que eran muy religiosos, habían inventado numerosas reglamentaciones que constituían "una serie agobiante y confusa de observancias y rituales que ataban la conducta humana a todas horas y en todos los actos de la vida" (Mateo 23:4). Los ancianos habían agregado unos cinco tomos de tradiciones a la ley de Moisés, los cuales eran más cuidadosamente guardados por ellos, o impuestos sobre la gente.
- No levantaban ni un dedo para ayudar a los demás a soportar aquella Intolerable carga, ni a cumplir lo que la Ley enseñaba realmente (Mateo 23:4). Esta denuncia abarcaba las cargas pesadas y difíciles de llevar que los fariseos exigían, como las reglas de puro e impuro, las comidas prohibidas, las observancias sabatinas, y las aplicaciones múltiples del diezmo (23:23). Así la religión judía había llegado a ser una carga pesada y no la que Jesús les ofrecía: "mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (11:30).
- Hacían alarde de todas sus acciones piadosas ante los hombres (Mateo 23:5). Muchas de las formalidades y ceremonias que practicaban los líderes religiosos de Israel eran motivadas por el deseo de ser vistos por los hombres (véanse Mateo 6:2, 5,16). Por ejemplo, desplegaban de manera particularmente ostentosa sus filacterias para impresionar. Las filacterias son estuches de cuero donde se ponen pequeños rollos de pergamino que llevan escritos los textos de Éxodo 13:1-10, 11-16; Deuteronomio 6:4-9 y 11:13-21. Los varones judíos se los colocan en la parte superior del brazo o en la frente durante la oración de la mañana. Tal vez la denuncia mayor fue que ellos hacían todas sus obras para ser vistos por los hombres. Su condenación nació de ensanchar, (llevar filacterias grandes), y de alargar demasiado los flecos, las "borlas en los cuatro extremos de tu manto" (Dt. 22:12).
- Amaban ser vistos por los demás. (Mateo 23:6-12). Trataban de obtener los mejores lugares, tanto en las reuniones de carácter religioso como en los acontecimientos sociales. amaban los primeros asientos en los banquetes y en las sinagogas. Además de exhibir su piedad en público, ellos deseaban recibir honra por sus virtudes legalistas en ocasiones sociales y religiosa. Le exigían al pueblo que los saludara con respeto y les otorgara títulos honrosos. Su religión no estaba motivada por el amor a Dios, sino por el deseo de alcanzar posición, autoridad y notoriedad. Las salutaciones en las plazas y el ser llamado por los hombres: Rabí, Rabí. Estas expresiones no indicaban saludos de paso, sino reconocimiento formal y público. Todos estos esfuerzos para ser vistos les llevaron hasta el extremo de "enaltecerse" (v. 11) y de codiciar los títulos divinos que sólo pertenecían al Padre y al Hijo: "Padre" y "Guía" (vr. 8-10). En efecto, su hipocresía les condujo a la idolatría.
¿Por qué insistió el Señor en que sus seguidores renunciasen a los títulos de maestro, rabí y padre?
Erdman explica que no debemos Interpretar en forma demasiado literal la prohibición de Cristo. Estas mismas palabras (maestro, rabí, padre) se podrían emplear como títulos de respeto o con el fin de indicar deberes concretos y puestos de responsabilidad y confianza. El peligro se encuentra en la tentación de desear un reconocimiento especial o querer que se nos considere superiores a los demás seguidores de Cristo (vr.12)
Jesús afirma:
“Todos vosotros sois hermanos" y '"El que es mayor de vosotros, sea vuestro siervo".
Además Cristo plantea el problema; los hombres que se asumen estos títulos también toman para sí una autoridad que Dios no otorga dentro de la Iglesia. Los fariseos que tomaban el título de rabí ("mi maestro") afirmaban poseer una autoridad decisiva en sus enseñanzas. No son los hombres los que tienen esa autoridad decisiva, sino Cristo y la Biblia. Ningún ser humano debe erigirse en guía infalible de la verdad espiritual. Tampoco debe asumir nadie el puesto de Padre espiritual, pues sólo Dios Padre imparte vida espiritual, y lo hace por medio de su Hijo Jesucristo. En el cristianismo no hay lugar para mediadores humanos.
La Hipocresía Es Expuesta (Mt. 23:13-39)
En seguida de denunciar la hipocresía de los líderes judíos, Jesús pasa a exponer los actos perversos de los escribas y los fariseos pronunciando siete ayes contra estos grupos (Mateo 23:13-39). Estos ayes de Jesús constituyen quizá la más fuerte de las expresiones de Jesús. Estas expresiones, son más lamentos de dolor que maldiciones. Revelan el dolor de su corazón; señalan la tristeza que le producía ver que los fariseos habían pervertido de tal manera la religión. Las faltas de los fariseos quedan delineadas mediante siete ayes:
“Más ay de vosotros escribas y fariseos…” por:
- Obstaculizar la entrada al Reino, “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos… ni dejáis entrar a los que están entrando”. con lo que se estaban excluyendo de él a sí mismos (Mateo 23:13). El legalismo externo es el impedimento mayor al gozo de la libertad interna en Cristo.
- Disfrazar con largas oraciones su insaciable y desalmada codicia material (Mateo 23:14). “…porque devoráis las casas de las viudas…” (vr.14) Con el pretexto de su religiosidad terminaban con los recursos de las viudas que estaban desamparadas y sin la representación de un hombre en el hogar.
- Hacer prosélitos con gran celo, pero sin convertirlos a Dios, sino haciéndolos adeptos de un fariseísmo cada vez más corrupto y cruel. Los nuevos prosélitos llegaron a interpretar el judaísmo como una religión de ritos externos y nada más. Con frecuencia llegaron a ser, “dos veces más hijo del infierno que vosotros”. (vr.15)
- Ser maestros en la ciencia de evadir responsabilidades ¡Ay de vosotros, guías ciegos! 23:16- 22). Siempre dejaban una puerta abierta cuando pronunciaban una solemne promesa respaldada por un juramento, por si cambiaban de idea más tarde. Recurrían a sutiles argucias con el fin de absolverse de los votos hechos con imprudencia. Enseñaban que sólo los juramentos en que se mencionaba el nombre de Dios eran obligatorios. De esta forma, podían hacer promesas con la intención deliberada d« quebrantarlas.
- Les daban inmensa importancia a las cosas insignificantes y externas de la religión, pero descuidaban la vida espiritual y sus verdaderas expresiones, “…porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello…” (vrs.23-24). Jesús hizo notar la meticulosidad de los fariseos en diezmar hasta las semillas más pequeñas, al mismo tiempo que alardeaban de fe en Dios, y eran duros y arrogantes con los demás.
- Lo interno y lo externo no concordaban en los fariseos. “…porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia…” Estaban muy atentos a la limpieza de los objetos empleados en sus ceremonias religiosas, pero no le prestaban atención alguna al triste estado de su propio corazón. Actuaban con extremo cuidado para cumplir con los requisitos de la vida religiosa, pero no había vida espiritual en su interior. (vrs. 25,28)
- Eran asesinos y merecían un terrible castigo “…porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia…” (vrs. 29-36). El ay final de Jesús se refirió a la honra que los fariseos decían dar a los profetas. Sin embargo, en vez de predicar el mensaje de los profetas y vivir según sus preceptos, se limitaban a construir sus tumbas y adornar sus monumentos. Se declaraban superiores a los antiguos asesinos de los profetas, al mismo tiempo que conspiraban para darle muerte al Profeta que vivía en medio de ellos. Después de la muerte de Cristo seguirían persiguiendo a sus mensajeros. Por su actitud hacia Jesús, los fariseos llenaban el mismo vaso de culpa que sus padres ya habían comenzado a llenar. Por esto merecían el juicio preparado para el diablo y sus ángeles.
El Lamento Sobre Jerusalén (37-39)
El Señor terminó su discurso de censura hacia los fariseos lamentando la actitud tan negativa de los habitantes de Jerusalén: ¡Cómo quisiera protegerlos del juicio que está a punto de caer sobre ustedes! "No quisiste", es su lamento. No podía hacerlo, porque lo rechazaban. Ahora era demasiado tarde. No habría nada que salvase a Jerusalén de la terrible destrucción que causarían las legiones romanas en el año 70 d.C. No habría salvación espiritual para los judíos hasta que reconociesen al Mesías, al que "viene en el nombre del Señor". Estas son las últimas palabras que pronunció el Señor en público.
Lamentablemente, el espíritu del fariseísmo no ha dejado de existir. Todavía hay personas que se esmeran en asistir a los cultos de la iglesia, manifiestan gran respeto por la Biblia y llevan una vida de elevada moralidad, pero hacen alarde de sus buenas obras, confían en su propia moralidad como señal de vida justa y tienen en poco a los creyentes cuya vida no es tan constante como la suya. Les falta compasión; son legalistas. Hay otros que también cumplen con sus deberes en la Iglesia, pero son astutos en sus negocios y egoístas y duros en el trato con los demás. Saben que es más fácil cumplir las reglas externas de su iglesia que sentir verdadera solitud y manifestar amor genuino hacia Dios y sus semejantes. Es necesario hacer aquello sin dejar de hacer esto.
Conclusión: