Presente



Seis días antes de que comenzara la celebración de la Pascua, Jesús llegó a Betania, a la casa de Lázaro, el hombre a quien él había resucitado. Prepararon una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro estaba entre los que comían con él. Entonces María tomó un frasco con casi medio litro de un costoso perfume preparado con esencia de nardo, le ungió los pies a Jesús y los secó con sus propios cabellos. La casa se llenó de la fragancia del perfume. Sin embargo, Judas Iscariote, el discípulo que pronto lo traicionaría, dijo: “Ese perfume valía el salario de un año. Hubiera sido mejor venderlo para dar el dinero a los pobres”. No es que a Judas le importaran los pobres; en verdad, era un ladrón y, como estaba a cargo del dinero de los discípulos, a menudo robaba una parte para él. Jesús respondió: “Déjala en paz. Esto lo hizo en preparación para mi sepultura.” 

Juan 12: 1-7 (NTV)

Jesús acababa de realizar uno de los milagros más grandes que existen al levantar a un hombre de la muerte, un hombre que había estado en la tumba por más de tres días y que ya se encontraba en descomposición. Después de llevar a cabo este milagro, ahora unos días antes de la pascua, Jesús vino con sus discípulos a la casa de Lázaro, a quien había levantado de la muerte, para comer todos juntos. 

Lázaro tenía dos hermanas, María y Marta quienes tomaron diferentes actitudes para hacer sentir a su invitado de honor bienvenido. Mientras Jesús se sentaba a la mesa, conversaba con Lázaro y con sus discípulos. 

Marta se afanaba para que todo estuviera en su lugar, que hubiera suficiente comida para todos, y que sus invitados tuvieran agua para beber, mientras corría de la cocina hacia la mesa una y otra vez. María, sin embargo, quizá no ayudó mucho a Marta en los preparativos, pero se arrodilló delante de Jesús y comenzó a ungir sus pies con un aceite muy costoso (equivalente al salario de un año entero). No solo derramó el perfume a los pies de Jesús, sino que con sus cabellos comenzó a lavarle los pies y a ungirlos. 

Sabiendo que el tiempo de Su muerte estaba cercano, Jesús les dijo: “Déjenla en paz. Esto lo hizo en preparación para mi sepultura.” Porque aquel aceite era un bálsamo que usualmente se guardaba para ungir a alguien el día de su sepultura, por eso era tan costoso aquel perfume. Pero María no se esperó a que Jesús estuviera muerto para ungirlo. Y de acuerdo con la costumbre de ese tipo de unción en aquellos tiempos, ella eligió demostrar su gratitud a Jesús, su aprecio, y su adoración, mientras Él aún estaba vivo. Cuan grande aprecio y gratitud tenía para con el Hijo de Dios.

Nuestro servicio a Dios es muy importante. Así como Marta sirvió, es necesario que alguien lleve a cabo todos los preparativos, y eso debe motivarnos. Pero la gran enseñanza aquí es que, aunque el trabajo es importante, nuestra adoración genuina es lo que marca la diferencia.  

No hay un mejor tiempo como el tiempo presente para comenzar a adorar a Jesús con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser rendido a Él. 

Desempeñemos nuestras labores lo mejor que podamos, pero siempre guardemos en el corazón la verdad de que lo único que hace la diferencia en la presencia de Dios es que tomemos todo el tiempo necesario para venir a sus pies con un corazón que late de prisa por postrarse delante de Él. Un corazón sencillo que no pueda esperar para expresarle adoración y gratitud con todo su ser, con toda su alma, y con todas sus fuerzas. 

Puntos sugeridos para orar:

Aparta este tiempo para postrarte delante de Jesús, y simplemente adórale con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. 

Pidamos a Dios que nos transforme para llegar a ser una iglesia que siempre adore sin temor, sin ningún engaño, sin ningún interés, y sin ninguna reserva, a Aquel que entregó su vida en la cruz para darnos vida eterna.