Devocional 10
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habías alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.” 1 Pedro 2: 9-10
Algo que nunca debemos olvidar en la vida son los contrastes que existen entre nuestra vida pasada, sin Cristo, y nuestra nueva vida en Él. El testimonio de lo antes éramos, y de lo que ahora somos, por el amor que Dios, debe ser algo que permanezca trazado con toda claridad en nuestra mente. Lo que ahora somos, y vivimos, como creyentes, es una condición real, y no un mero ideal.
Dios nos ha invitado a participar en su historia de amor y redención hacia la humanidad. Y aunque la historia no se trata de ninguno de nosotros en particular, somos muy privilegiados, y dichosos, porque podemos participar de una pequeña parte, pero muy especial, de la historia de Dios.
Hay algunos eventos muy importantes en los que nos toca participar como seres humanos. Graduaciones, cumpleaños, bodas, homenajes, espectáculos, fenómenos naturales, etc. Y aunque muchos de esos eventos no se tratan de nosotros, o no tenemos ninguna participación activa dentro de ellos, nos sentimos muy privilegiados simplemente por estar ahí.
Cuánto más privilegiados y felices debemos sentirnos porque el creador del universo nos ha invitado, por medio de Jesucristo, ha participar activamente dentro de su extraordinaria historia de amor y redención.
Para participar activamente dentro de esta historia, Dios nos ha capacitado con varias cosas que debemos comprender:
Nos ha dado un nuevo nacimiento, una nueva relación con Él. Por eso la biblia dice que somos “linaje escogido”.
También Dios nos ha hecho “real sacerdocio”, esto significa que podemos sentirnos identificados con la voluntad de Dios, y que Dios nos ha dado una autoridad real, por medio de Jesús, para acercarnos delante de su presencia con libertad y confianza, eso significa ser sacerdotes reales.
Dios nos ha hecho una “nación santa”; esto quiere decir que hemos escuchado la voz de un Dios santo, que está por encima de todas las cosas que conocemos, y que nos ha purificado por su Espíritu. Esto debe causar mucha reverencia en nuestro corazón hacia Dios.
Y también somos un “pueblo adquirido por Dios”; esto quiere decir que Dios nos ha hecho su posesión exclusiva. Que honor tan grande, y que privilegio, que Dios diga de nosotros que somos su posesión exclusiva.
Ahora, Dios nos llamó con un propósito especial: “Que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.”
Tu gran propósito, como parte de la familia de Dios, es que tu forma de vivir refleje el carácter de Dios, sus atributos, y los frutos de su Espíritu. Que anuncies, con tu forma de ser, las virtudes de Dios. Pero es sumamente importante que comprendamos que no podemos reflejar a Dios si permanecemos aislados o dispersos del cuerpo de Cristo. No podremos reflejar las virtudes de Dios por nuestra propia cuenta. Nuestra participación no es estando solos, sino acompañados. Somos un pueblo.
Cuánta gente hay en nuestros días que no conocen su propósito de existir, y cuántos hay que se encuentran solos. A veces rodeados de personas y proyectos, pero no dejan de sentirse solos. Quizá muchos piensen que tienen un gran propósito, que nada tiene que ver con Dios; pero habría que preguntarse sinceramente si ese propósito es trascendente para la eternidad, y si realmente sienten una compañía verdadera en sus vidas.
Hermanos, Dios nos ha dado muchas razones para que siempre mantengamos claros contrastes en nuestra forma de vivir; Nuestra vieja naturaleza contra la nueva. Nuestra vieja forma de vivir contra la nueva. Nuestras tinieblas pasadas contra la luz que ahora tenemos. Nuestra soledad anterior contra la compañía de una familia en Cristo, y la compañía de Dios. Nuestra falta de arrepentimiento, nuestra culpa, contra la misericordia y la reconciliación con Dios.
Siempre recuerda que, si Cristo no hubiera existido, nosotros, no siendo judíos, no tendríamos la oportunidad, ni el derecho, de conocer a Dios. Ahora somos pueblo de Dios; ahora hemos recibido misericordia. Agradezcamos a Dios porque podemos participar en su historia con un propósito y rodeados de una gran compañía. Oremos para ser buenos compañeros de los demás, y para servir apasionadamente bajo un mismo propósito.