Devocional 03
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada, e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que son guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.” 1 Pedro 1:3-5
El mensaje que Dios quiso transmitirnos hoy, a nosotros como iglesia, por medio del apóstol Pedro, es que Dios está usando este tiempo de crisis y dispersión para convertirnos en una iglesia de personas obedientes y pacientes; Dos virtudes hermosas en el alma de cada creyente, porque ambas producen paz, gozo, y la verdadera hermosura que solo la santidad causa en el ser humano. Dos virtudes que nos harán personas bienaventuradas y bendecidas.
Hermanos, la fuente para alcanzar obediencia y paciencia es la esperanza. En Cristo, nuestra esperanza está viva. Cristo te hizo renacer para que seas una persona que mantiene esa esperanza viva ante toda circunstancia, todos los días de tu vida.
Una esperanza, para que sea verdadera y confiable, debe ser algo sólido, objetivo, y valioso; pero también debe estar garantizada por alguien, o por algo, verdaderamente capaz y poderoso. La esperanza se trata de responder a las preguntas: ¿Qué es lo que esperas? y ¿Quién garantiza lo que esperas?
Lo que esperamos como iglesia es la salvación final de nuestras almas que Cristo prometió, y la victoria final de la iglesia sobre todo el sufrimiento que hemos soportado en la vida. Y quién garantiza nuestra esperanza es Jesucristo, nuestro Salvador, que resucitó, venció con poder a la muerte, y tiene capacidad y autoridad para salvar a todo aquel que cree en Él.
Como iglesia, necesitamos recordar, y pensar mucho, acerca de la herencia que tenemos en el cielo, y dirigir nuestra mirada hacia Aquel capaz de fortalecernos, guiarnos, y perfeccionarnos hasta que llegue el día de nuestra salvación final. Nuestra esperanza viva es la herencia celestial. Ese lugar donde conoceremos la inmortalidad de nuestra alma, en plenitud y perfección, rendida ante Cristo.
Miremos juntos la clase de herencia que esperamos como Iglesia:
La herencia de Cristo es incorruptible, es decir, no puede ser comprada por ningún precio. Nadie sería capaz de comprar, ni pagar a ningún precio, la salvación que Cristo logró para su pueblo. Nuestra herencia, y la palabra de Dios que leemos continuamente, se parecen en esto: Ninguna se puede corromper, y ninguna se puede destruir. La salvación y la palabra de Dios son dos tesoros que ninguna adversidad, ninguna pandemia, y ninguna guerra, podrán corromper o destruir dentro del Pueblo de Dios.
La herencia de Cristo es incontaminada. Esto significa que su pureza no puede, ni debe, intentar ser diluida, o mezclada con ningún concepto meramente humano. Nuestra salvación, y el regreso de Cristo, son una esperanza que debe sostenerse por sí sola en nuestro corazón. No necesita de discursos motivacionales, placeres terrenales, recursos económicos, o negociaciones para estar firme. Su esencia es pura dentro del alma del cristiano.
La herencia de Cristo es inmarcesible. No se marchita. Nunca pasará de moda, ni será olvidada.
¿Quién protege nuestra herencia? Filipenses 4:6-7 nos dice: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
La paz de Dios es como un centinela, un guardia permanente, capaz de proteger nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. La puerta para encontrar la paz de Dios es la oración humilde, sincera, y perseverante.
Cuando te sientas afanado, o sobrepasado por las circunstancias adversas, expresa tus peticiones al Señor, pero hazlo con sencillez de espíritu, con humildad, y sobre todo, con fe en la capacidad de Dios para darte la paz que nos guardará hasta el día de la redención final de la iglesia.
Hay un comentarista bíblico que dice: “la mirada hacia Dios es el secreto de la esperanza cristiana.” Así es como debe vivir la iglesia, con esperanza viva en un Cristo vivo.