La Gran Ancla de la Fe – Parte 1



Devocional 12

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos.” 

Hebreos 11: 1-2

 

“En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquier que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.”

Hebreos 11:6 (NVI)

 

La gran ancla que todos necesitamos para poder navegar en la vida cristiana es la Fe en Dios, y en su Hijo Jesucristo. Estamos aquí, leyendo este devocional, porque algo muy fuerte en lo profundo de nuestro corazón nos dice que Dios existe, y que puede hacernos bien si le buscamos. Estamos aquí porque queremos agradar a Dios. Esto es un magnífico comienzo para el corazón de todo ser humano: El deseo de agradar y de buscar a Dios con la convicción de que Él quiere hacernos bien.

 

Para muchas personas, la fe se trata de las virtudes individuales y de la capacidad moral de cada persona. Pero en el cristianismo la fe se sostiene con las virtudes de Jesús y con el poder de Dios para cumplir sus promesas. Todo el mérito es de Cristo. Nosotros simplemente nos anclamos con convicción en sus méritos y en sus promesas.  Nuestra fe no se trata de nosotros, ni de lo que cada quién pueda lograr, sino de creer lo que Jesús ya hizo por nosotros y de lo que Dios nos ha prometido. 

 

La palabra “certeza”, en nuestro pasaje de Hebreos, se traduce literalmente como “pararse debajo”; Este término se utilizaba como una escritura de propiedad sobre algún bien. De tal manera que la fe se trata de “pararnos debajo” de las promesas de Dios para recibirlas como propias, con la seguridad de que Dios cumplirá todas sus palabras.

En los días mas nublados debemos pararnos, o situarnos, debajo de las promesas de Dios por la mañana y por la noche ¿Cómo nos paramos debajo de las promesas de Dios? Leyendo sus promesas en la Biblia, Repitiéndolas día y noche, todas las veces que lo necesites. Recordando los versículos, creyéndolos con todo el corazón, y esperando por la voluntad de Dios.  Así arrojamos la gran ancla de la fe.

 

Ahora bien, la fe no es una simple aceptación pasiva de las promesas de Dios, sino una certidumbre activa que se expresa en obediencia, perseverancia, y sacrificio. El buen testimonio que alcanzaron los antiguos como Abel, Enoc, Noé, Abraham, etc. No fue por su buena moral, sino por actuar con convicción en lo que creían y en lo que esperaban de parte de Dios. Ejercieron la fe a través de su forma de adorar a Dios con convicción.

 

Un famoso discípulo de la antigüedad dijo: “Prefiero ejercer la fe, antes que definirla.” Y nosotros también, en todas las temporadas de la vida, debemos ejercer nuestra fe adorando a Dios todos los días.

Abel preparó su ofrenda obedeciendo en amor lo que Dios le pidió; Enoc perseveraba en buscar la compañía de Dios cada mañana; Noé obedeció a Dios, y sacrificó su tiempo, sus recursos, y sus fuerzas con la convicción de que Dios cumpliría lo que le dijo. Todas estas acciones nos hablan de la forma en la que los antiguos adoraban al Señor. Ellos se acercaban al Señor, y descansaban en Él, porque estaban convencidos de que Dios es Omnipotente, pero que también es misericordioso, amoroso, y bondadoso sin medida. Seguramente ellos también sintieron dudas por varios momentos, pero no permitieron que las dudas los endurecieran o los paralizaran, sino que se “paraban debajo” de los méritos y de las promesas de Dios, y lo adoraban con seguridad y convicción.

 

Hermanos, todo lo que hagamos en la vida, más en estos tiempos de temor e incertidumbre, debemos hacerlo convencidos de la misericordia, la bondad, y del poder de Dios.

Cuando oramos, cuando alabamos a Dios, cuando estudiamos la Biblia, cuando nos acostamos por la noche y al levantarnos por la mañana, debemos hacerlo recordando y repitiendo las virtudes de Cristo, y sus promesas de bondad hacia nosotros.

La gran ancla de la Fe se trata de pararnos debajo de las promesas y de los méritos de Cristo, convencidos de obedecer, de perseverar, y de sacrificarnos, para agradar a Aquel que nos da la salvación y una ciudad celestial.