Anclados a las Promesas de Dios



Devocional 7

“Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con un juramento. Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros…” 

 

Hebreos 6: 17-20 (NVI)

 

En la entrada de mi casa tenemos un cuadro que me recuerda la esperanza inconmovible que Dios ha colocado en nuestra alma. El cuadro tiene un tono verde esmeralda y el dibujo de una ancla que abarca casi todo el espacio del cuadro, y alrededor del ancla aparece el siguiente texto: “Nosotros tenemos esta esperanza como una ancla para el alma.” Ese cuadro es prácticamente la representación gráfica del texto bíblico de este devocional.

 

Una ancla es tan segura como aquello a lo que está anclada. Si alguien tratara de colocar el ancla de un barco sobre la arena, o sobre una roca pequeña, lo más probable es que cuando venga la tormenta ese barco quedaría a la deriva o destruido por completo. Por eso ahora podemos entender que cuando llegan los tiempos de dificultad es indispensable que nuestras almas estén ancladas al único fundamento sólido e inconmovible: Nuestra esperanza en las promesas de Cristo.  

 

Hace no mucho tiempo me encontraba platicando con mi mamá respecto a la incertidumbre de la vida, y yo le preguntaba a ella: “¿Estaremos preparados para los problemas que vengan en el futuro? ¿tendremos los recursos suficientes para afrontar todas las crisis de la vida? ¿Qué clase de dificultades y tormentas van a enfrentar nuestros hijos a medida que crezcan? Etc.” Pero  nunca voy a olvidar la respuesta de fe que ella me dio. Ella me dijo: “pensar en eso ahora no es lo importante, lo importante es que, pase lo que pase, vivamos cada día con Esperanza”.

La esperanza en las promesas que hemos recibido de parte de Dios es el ancla de nuestra alma en todo momento. Su Palabra esta llena de esas promesas.

 

Así que, la vida con Cristo debe vivirse con esperanza en las promesas de Dios. Esperanza en la salvación y en la vida eterna (1ª Tesalonicenses 4: 16-18); Esperanza en la restauración final de todas las cosas (Romanos 8: 19-25); Esperanza en el perdón de nuestros pecados (Hebreos 10: 19-23); Esperanza en la bondad de Dios para con nosotros (Salmo 27: 13-14); esperanza en que todos los días podemos tener una comunión íntima y personal con Dios por medio de Jesús (Salmo 40).

 

Amados hermanos, muchas veces navegamos por la vida sin esperanza, y la razón por la cuál esto ocurre es porque la esperanza solamente se adquiere, y se fortalece, estando dentro del santuario de Dios. Nuestro texto devocional dice: “Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros…”  Si te fijas bien en el texto, dice que la esperanza penetra hasta detrás de la cortina del Santuario, es decir, la esperanza se encuentra en el lugar de la presencia de Dios. Jesús ya abrió un camino hasta allí para nosotros.

Solo cuando practicamos habitualmente la presencia de Dios podemos encontrar la esperanza sólida para el alma. Su presencia nos capacita para recordar todas las promesas que Dios nos ha dado en su Palabra; Su presencia aclara nuestro enfoque para que podamos ver que Cristo derribó para siempre la separación que existía entre nosotros y él por causa de nuestros pecados. Su presencia nos da claridad para ver el contraste tan radical que existe entre el final de los malvados y el de los justos. Su presencia nos alienta para poner nuevamente nuestros ojos en las promesas de Dios.

 

Dios también  ratificó, y garantizó, cada una de sus promesas mediante un Juramento. Un Juramento basado en su propio Nombre, en el Nombre de Jesucristo. Dios juró basado en su propio honor, pues no hay nada, ni nadie, mayor que su propio honor.

En el Salmo 23, versículo 3, David escribió: “Me guiará por sendas de justicia por amor de su Nombre.” El Señor nos da esta garantía: Él perfeccionará nuestra vida porque el honor de su  Nombre está de por medio. “El que comenzó en ti la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6)

 

Iglesia, tenemos que vivir llenos de esperanza en la buena obra que Jesús empezó en nosotros. Su bondad es incuestionable. Sus buenos propósitos son infalibles. Sus promesas son inquebrantables. Es imposible que Dios mienta, y hemos de ver la bondad de Dios en la tierra de los vivientes.

 

Por muy difícil que sea la lucha, nunca dejes de tener esperanza en las promesas de Dios. Nunca dejes de entrar al Santuario de tu Padre celestial; al lugar de intimidad con Cristo. Nunca dejes de esperar en su bondad y en su amor por ti. Te animo a que leas el Salmo 40 durante esta semana, y a que juntos anclemos nuestra esperanza en la fidelidad y en las promesas de Dios. Entremos en el Santuario en forma personal para que nuestra esperanza se fortalezca cada día más.