Devocional 9
Serie Segunda de Corintios
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; Y por todos murió, para que los que viven, ya no viven para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quién nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 2ª Corintios 5: 14, 15, 17, 18 y 19
Dios, por medio de Jesús, nos ha llamado a todos nosotros para vivir y compartir la reconciliación con Él. Reconciliación es la palabra clave que necesitamos recordar todos los días; A pesar de cualquier adversidad que enfrentemos en la vida, la palabra que debemos guardar en nuestro pensamiento es: “Reconciliación”. Cristo nos llamó para estar reconciliados, en armonía con su perdón, en la misma sintonía y en paz con el Señor.
Para el ministerio que nos toca realizar en la iglesia, o simplemente para seguir caminando con Cristo, Dios quiere que tengamos este enfoque básico ante la vida; Para cada lucha, cada prueba, o cada dificultad que enfrentamos, Dios espera que lo hagamos “Reconciliados” con Él. En las buenas o en las malas, vivamos Reconciliados con Dios; en la cumbre de los montes o en la llanura de los valles, vive a cuentas con Dios. Enfrenta las batallas, pero nunca lo hagas sin estar reconciliado con tu Padre celestial.
Ahora, es importante comprender ¿Cómo entendía el apóstol Pablo la reconciliación con Dios? ¿Qué implicaba para él estar reconciliado con Dios?
Para Pablo, el ministerio cristiano era sinónimo de reconciliación. La vida cristiana como Pablo la explica aquí, significa que el amor de Cristo nos “aprieta” de tal manera que no nos deja lugar para otras alternativas, excepto dedicarle nuestras vidas a Él. Cuando Pablo escribió “El amor de Cristo nos constriñe…” se refería a un amor que nos “sujeta apretadamente”, un amor que implica asir apretadamente a alguien para evitar que esa persona escape. Y este tipo de amor que Cristo nos ofrece es la base de nuestra reconciliación. Recibir un amor así de radical es lo que nos ha hecho, y nos sigue haciendo, nuevas criaturas delante de Dios. Su amor nos constriñe.
Pablo dice que Dios reconcilió consigo al mundo “no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…” Así pues, la base de nuestra reconciliación significa que Dios, por medio de lo que Cristo hizo, nos ama cada mañana en una forma tan intensa y extraordinaria, que no nos toma en cuenta nuestros pecados. Pero lo hace con un objetivo primordial: “para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.”
La reconciliación implica que lleguemos a entender que Dios, con su amor extraordinario, nos “orilla” para que no tengamos otra salida más que escapar del egoísmo. Nos llama para rescatarnos de vidas centradas en nosotros mismos, y de vidas egocéntricas que carecen de propósito, y que solamente conducen a la amargura y la decepción. Su amor nos impulsa para dedicar nuestra vida para aquel que murió y resucitó por nosotros. Eso significa estar reconciliado con Dios. Así es su amor, y no podemos opinar, ni hacer nada para cambiar ese tipo de amor que Dios nos expresa cuando creemos en Jesús. Es un amor que “te aprieta” para que llegues a ser siervo o sierva de Dios.
Por eso Dios te ha hecho una nueva criatura; Y por eso, en su gran misericordia, podemos experimentar que todas las cosas son hechas nuevas cada mañana. Son cosas nuevas en cuanto a calidad y forma. Es decir, cada vez Dios nos regenera con mayor calidad, con el propósito principal de que seamos útiles en sus manos, que seamos sus siervos, y que así como Dios no toma en cuenta nuestros pecados, nosotros tampoco tomemos en cuenta los pecados de los demás para así poder experimentar y compartir vidas de propósito, de amor, de objetivos sobrenaturales, de cosas nuevas, y de reconciliación con Dios.
Fíjate como Pablo describe la reconciliación, la describe como “no tomar en cuenta los pecados de los hombres”; Y si Dios no toma en cuenta nuestros pecados, ¿Quiénes somos nosotros para evaluar los errores y los pecados de nuestros consiervos y amigos?
Servir a Dios en reconciliación significa “no tomar en cuenta los pecados de los demás”; ni siquiera de las personas que están bajo nuestro liderazgo, ni tampoco de las personas nuevas que se agregan a la congregación. Cómo se visten, cómo hablan, cómo se comportan, o qué pasado tienen, no es importante en absoluto; más bien, nuestro ministerio es “apuntar” con nuestra vida hacia las palabras y las acciones de Jesús, y a su amor tan inmenso; Que ellos lo puedan ver; Ese amor que es tan apremiante y apretado que no les dejará otra alternativa que rendirle su vida cada vez más y más a él. Esa es la palabra de reconciliación que Dios nos ha encargado compartir con todo el mundo.
Servir a Dios en reconciliación significa dejar de vivir creyendo que nuestros planes son los más importantes, y empezar a creer que el amor que “constriñe” a todos a los que servimos proviene de Dios. Y todo lo que es verdaderamente efectivo proviene de su poder, y no de nuestras acciones o actividades. Hagamos siempre lo mejor que podamos, pero sepamos siempre que lo decisivo en la vida de la gente es la reconciliación que proviene del amor de Cristo actuando en el corazón de los hombres.
Ora siempre para que tus pensamientos, tus emociones, tus palabras, tus acciones, y todas tus actividades estén en reconciliación con tu Padre por medio de lo que Cristo ha hecho en ti; Por eso Dios te ha amado y te seguirá amando así, tan apretadamente. Reconcíliate con Dios, y proclama el perdón de pecados en Cristo Jesús.