Devocional 6
“Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba…Para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad.”
Efesios 2: 13-16 (NVI)
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.”
Isaías 9:6
Una de las maravillas que el evangelio de Jesús derrama sobre los corazones que se acercan a él, es el regalo de su paz. La paz que Cristo puede manifestar sobre la vida de los seres humanos es una paz doble, es decir, tiene dos significados o implicaciones. Significa:
- Estar unidos con Dios. Significa que cualquier cosa que tenga el potencial de separarnos de Dios, encuentra su fin y su destrucción final por medio de la cruz de Cristo.
- Poner fin a la hostilidad. Implica que cualquier conflicto con nuestro prójimo, cualquier enemistad que intente perturbar nuestro corazón, e incluso los conflictos que atravesamos internamente, pueden ser derribados de nuestros hombros por medio de la reconciliación con Jesús, el Príncipe Paz, al confiar en su sacrificio glorioso.
El deseo del corazón misericordioso de Dios es que fijemos nuestra mirada en el hecho glorioso de que Cristo destruyó, y mató en la cruz, a todos los “enemigos” de nuestra alma, que luchan por convencernos frecuentemente de que no necesitamos estar unidos a Dios, o de que es imposible que Dios nos acepte. En Cristo, no hay nada, ni nadie, que pueda impedirte hoy que permanezcas unido a Cristo. Dios destruyó el poder que el pecado tenía para mantener a los hombres separados de él.
Dios también quiere que sepas hoy que Jesús puede poner fin a cualquier forma de “hostilidad” que se encuentre latente en tu vida. Dios quiere que dejemos la hostilidad en nuestros hogares, que abandonemos toda forma de relación hostil con nuestros hermanos en la fe, y que sea derrocado de tu corazón cualquier pensamiento o sentimiento que traiga hostilidad a tu alma.
La clave para alcanzar este tipo de paz se encuentra en la cercanía con Dios, y en la unidad con nuestros hermanos, mediante la sangre preciosa de Jesús derramada en la cruz. Cercanía y unidad, son las palabras clave para vivir en paz. Necesitamos estar muy cerca de Dios, y muy unidos a nuestros hermanos, en el sentir de que todos necesitamos entrar a la presencia de Dios por medio de un mismo sacrificio, y por medio de un mismo Espíritu.
Jesús quiere que sepas hoy que la paz es posible. Y es posible porque Jesús no solo trae paz, sino porque Él mismo es el Príncipe de Paz. Es decir, Jesús mismo es Paz. Conociéndolo a él, recibimos automáticamente paz. Romanos 5 nos dice que “justificados por medio de la fe, tenemos paz con Dios”, así que necesitamos poner toda nuestra atención, y derramar nuestro corazón en fe, en Jesús, nuestro Príncipe de Paz.
La paz también es posible porque, en la cruz, Jesús nos hizo nacer de nuevo en el espíritu. Como nuevas criaturas que somos, tenemos la capacidad espiritual de vivir verdaderamente en paz.
Ten confianza en que Jesús ya mató todas las enemistades, y a todos tus enemigos, en la cruz. Ten fe, y no pierdas la esperanza, en que el Príncipe de Paz quiere habitar en tu corazón, para que puedas experimentar la cercanía con él, y para que puedas experimentar la reconciliación con cada miembro de la iglesia, con tu familia, y en tu interior.
Toma unos minutos para orar. Pídele a Dios que puedas experimentar a Jesús, el “Príncipe de Paz”, en todo tu ser. Confiésale todas las cosas que te perturban y que causan hostilidad en tu alma, y pídele que abra tus pensamientos para que puedas confiar y creer en que, por medio de su sangre, se ha terminado toda ansiedad y la enemistad. Pídele que, sin importar las circunstancias que te rodeen, siempre puedas volver al “Príncipe de paz” por medio de la reconciliación, el arrepentimiento, y el nuevo nacimiento.