Un llamado a la santidad



Devocional 10

Serie Segunda de Corintios


“Les hablo como si fueran mis hijos, ¡abran también su corazón de par en par! No se asocien íntimamente con los que son incrédulos. ¿Cómo puede la justicia asociarse con la maldad? ¿Cómo puede la luz vivir con las tinieblas? ¿Qué armonía puede haber entre Cristo y el diablo? ¿Cómo puede un creyente asociarse con un incrédulo? ¿Y que clase de unión puede haber entre el templo de Dios y los ídolos? Pues nosotros somos el templo del Dios viviente. Como dijo Dios: Viviré en ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo tanto, salgan de entre los incrédulos y apártense de ellos, dice el Señor. No toquen sus cosas inmundas, y yo los recibiré a ustedes. Y yo seré su Padre, y ustedes serán mis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.“ 2ª Corintios 6: 13 – 18 (Versión NTV y NVI)

El ministerio cristiano es un llamado constante hacia una vida de santidad; Una vida que frecuentemente se de a la tarea de volverte accesible para Dios, de tal manera que toda la mente de Cristo sea plenamente arraigada y formada en tu alma.

La santidad cristiana NO se trata de vivir en asilamiento de todo, ni de utilizar una vestimenta especial, ni tampoco de seguir reglamentos éticos externos. Tampoco se trata de vivir como una secta que no se relaciona en absoluto con los que no tienen las mismas creencias que nosotros. Esto NO es la santidad que Dios espera de nosotros.

La santidad cristiana es más bien una separación ética en cuánto a la pureza interior. Somos criaturas nuevas, una raza diferente, una estirpe especial, pero no en cuánto a las formas externas, sino en cuánto a la pureza interior.

 

La Iglesia cristiana debe ser el templo y la familia de Dios. Cuando el apóstol Pablo afirmaba que Nosotros somos el templo del Dios viviente,  él pensaba en ese lugar especial que estaba dentro del Santuario de Dios, en el cuál habitaba la presencia divina de Dios; el lugar Santísimo. Hoy, tu y yo somos el lugar espiritual donde verdaderamente habita la presencia divina de Dios. Esto hace que seamos una familia por medio de Cristo.

Por lo tanto, debe existir una separación que nos haga diferentes a los incrédulos, pues si no fuéramos diferentes ¿Qué importancia tendría ser discípulos de Cristo?

Aunque no del todo, pero sí debe existir una separación que nos haga diferentes a los demás, pero que al mismo tiempo nos permita estar cerca de los incrédulos para compartirles el mensaje de Salvación, y que también ellos puedan llegar a ser un santuario interior para Dios y parte de la familia de Dios.

Entonces ¿Cómo hemos de distinguir la separación que Dios quiere de nosotros? ¿En que sentido debemos separarnos del mundo y de las personas incrédulas?

 

La respuesta es práctica, e incluye muchos problemas que pueden afectar tu ética interior cristiana. Significa que mantener cualquier relación interpersonal, cualquier acto, o cualquier situación que comprometa tu posición cristiana en cuánto al culto a Dios o en cuánto a la ética interior, es una manera de asociarte íntimamente con los incrédulos.  Si leemos 1ª Corintios 6: 9, el apóstol Pablo dice:

“¿No saben  que los que hacen lo malo no heredarán el reino de Dios? No se engañen a sí mismos; ni los que se entregan al pecado sexual o rinden culto a los ídolos o cometen adulterio o son prostitutos o practican la homosexualidad o son ladrones o son avaros o borrachos o insultan o estafan a la gente: ninguno de esos heredera el reino de Dios. Algunos de ustedes eran así, pero fueron limpiados; fueron hechos santos; fueron hechos justos ante Dios al invocar el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”.

Así es como nos damos cuenta  que “unirse en yugo desigual con los incrédulos o asociarse íntimamente con ellos” es una metáfora que usa el apóstol Pablo para referirse a la unión sentimental o de pareja con algún incrédulo, pero también se refiere a todas las cosas que acabamos de leer en 1ª de Corintios; la fornicación, la idolatría, el adulterio, el ser afeminado, la homosexualidad, la avaricia, las borracheras, etc. Todas estas cosas comprometen la ética interior del cristiano, y Dios nos ordena por medio del apóstol Pablo a salir de estas relaciones, a abandonar inmediatamente todas estas prácticas, a no tocar estas cosas inmundas. Debemos apartarnos de estas “asociaciones con los incrédulos”.

Obedecer este llamado de “separación” es lo que caracteriza la santidad del cristiano. Cuando Pablo exhortó a la santidad a la Iglesia de Corinto, les habló como a sus propios hijos. Esto es porque la santidad se aprende, y se vive en el contexto de ser “hijos de Dios”. Ser hijo de Dios implica abrir el corazón de par en par para aceptar que hay algunas cosas en nuestra vida que de pronto nos han asociado con los incrédulos.

Abrir nuestro corazón ocasiona una apertura en amor y en confianza para con Dios y con nuestros pastores, para hablar juntos, orar juntos, y seguir adelante juntos. Solamente así es como la gracia de Jesucristo seguirá trabajando eficazmente en tu vida. 

 

Estar reconciliado con Dios debe causar cada vez más santidad en tu vida. El camino no es fácil y no es corto, cuesta mucho trabajo, pero debes seguir esforzándote cada día para que la Santidad de Dios sea perfeccionada en tu vida.  Guarda siempre un profundo respeto hacia Dios, adórale ante todo, y busca obedecerle en todo lo que haces; Y Dios, con su gran poder y con su Espíritu, formará en ti la imagen y la mente de Cristo.

La santidad es en cierto sentido una paradoja; porque es al mismo tiempo un don de Dios, pero también es una tarea que debemos realizar. Es un regalo que Dios nos va dando, pero también debemos saber que es necesario trabajar en la tarea de ser santos todos los días. Esto es la santificación.

 

Es importante que seamos una comunidad de cristianos que siempre mantengamos un corazón abierto; que tengamos confianza y amor entre nosotros para pedir ayuda, para orar juntos, para tener misericordia unos por otros, y así permitir que la gracia y el amor de Jesús se siga derramando en la Iglesia. Es fundamental vivir así, perfeccionando nuestra santidad.