Devocional 1
Serie Segunda de Corintios
“Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación… Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quién esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte.” 2ª Corintios 1: 5, 8, 9, y 10
Cuando Pablo habla de las aflicciones que enfrentamos, no solamente se refería a las tribulaciones y los problemas externos por causa de predicar a Cristo, sino también se refería a las luchas internas y externas que libramos contra el pecado constantemente.
Todas estas aflicciones abundan en la vida de los cristianos, y el apóstol Pablo abre su corazón al escribir sobre sus aflicciones personales a lo largo de la segunda carta a los Corintios. Pero también abre su corazón para describirnos la pasión, la confianza, la fe, y la dependencia total que él sentía por Cristo. Este tipo de fe, confianza, y seguridad en Cristo es lo que necesitamos recuperar hoy en día como siervos de Dios y como Iglesia.
Pablo estaba seguro que así como abundan las aflicciones en la vida de los cristianos, así también abundan las consolaciones de Cristo. La consolación que Cristo nos da significa mucho más que sentir empatía o compasión por nosotros; sino que también implica un estímulo poderoso para seguir avanzando; la consolación que Cristo nos ofrece cuando nos acercamos a Él es un don sobrenatural de su fuerza para dominar y vencer todas las crisis de la vida. Incluidas las crisis contra el pecado en nosotros, y las crisis por situaciones adversas de cualquier tipo. El consuelo de Dios es un poderoso estímulo y fortaleza para ser dominantes y vencedores ante el pecado, la tribulación, la aflicción e incluso la muerte.
¿Alguno de nosotros ha experimentado una sentencia de muerte en sí mismo, al punto de perder la esperanza de conservar la vida? Me parece que no, y aún estamos lejos de sufrir lo que sufrió el apóstol Pablo por causa del evangelio de Cristo. Pero la reflexión importante sería preguntarnos, ¿Qué hizo Pablo cuando su vida había llegado al límite? ¿Qué hizo cuando había perdido aún la esperanza de sobrevivir? Porque evidentemente nosotros no somos Pablo, pero Cristo sigue siendo el mismo Cristo que salvó a Pablo; Dios es el mismo Dios que libró y llevó de gloria en gloria la vida del apóstol hasta la eternidad. Cristo está con nosotros hoy así como estuvo con Pablo, entonces la clave es contestar la pregunta ¿Qué hizo Pablo ante tal sentencia de muerte? Pablo recordó que Cristo resucitó de los muertos, y que ese mismo Espíritu que levantó a Jesús de la muerte habitaba ahora en él también; Y recordó también que una vez Isaac fue librado de la muerte cuando estaba apunto de ser sacrificado (Leer Hebreos 11: 17 -19); y seguramente también recordó que Jesús dijo:
“Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque esté muerto vivirá” (Mt. 11: 25).
En vez de dejarse derrotar, Pablo puso su mente y su corazón en estas realidades. Tenemos que poner toda nuestra confianza en Dios que resucita a los muertos. Pablo también estaba muy consciente de la inmutabilidad de Dios. Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Por ello, Pablo dijo:
“Dios nos libró en el pasado, nos libra hoy, y nos librará de tan gran muerte”.
Recordó, y confió en que así como Dios lo había librado antes, lo libraría ahora, y lo seguiría librando de la muerte final. Dios siempre fue, es, y será fiel. Tal vez hoy estemos enfrentando diversas enfermedades o dolencias físicas. Tal vez no hay esperanza médica para alguna enfermedad que tenemos en el cuerpo, y hemos orado pero nada ocurre. Tal vez estemos afligidos por el pecado, o por la pobreza, o por las deudas. Posiblemente hemos servido a Dios con todo nuestro corazón y pareciera que esto solo complica más las cosas.
Cualquiera que sea la situación, necesitamos volver a Cristo, porque Él es poderoso aún para resucitarnos de la muerte. Necesitamos recordar que así como Dios nos ha librado en el pasado, nos libra hoy, y nos librará mañana. Y necesitamos recibir la consolación de Cristo cada día; oremos en este día para recibir ese estimulo de fortaleza, y poder sobrenatural de Dios, para dominar y vencer en la vida cristiana. Pidamos a Cristo que su consolación abunde sobre nosotros hoy, y que aumente nuestra fe para confiar en Dios que resucita a los muertos y que nunca cambia.