Oren ... y perseveren en oración.
Efesios 6:18
De la pluma de Charles Spurgeon:
¡Qué gran cantidad de oraciones hemos pronunciado desde el momento en que aprendimos a orar! Nuestra primera oración fue por nosotros mismos, pidiéndole a Dios que tuviera misericordia de nosotros y borrara nuestro pecado. Por supuesto, él escuchó esa oración, pero luego de disipar los pecados que nos cubrían como una nube, tuvimos más oraciones por nosotros mismos.
Hemos orado por gracia santificadora, por la gracia del dominio propio, por un renovado convencimiento de fe, para que las promesas de Dios se apliquen a nuestra vida, por liberación en momentos de tentación, por poder en tiempos de guerra espiritual y por ayuda y alivio en los momentos de prueba. Nos hemos visto impulsados a ir a Dios como mendigos por nuestra alma necesitada, pidiendo de manera constante por todo.
Querido hijo de Dios, da testimonio de que jamás has sido capaz de obtener algo para tu alma excepto a través de él. Todo el pan que tu alma comió ha venido desde el cielo, y toda el agua espiritual que ha disfrutado fluyó desde la Roca viva: Jesucristo el Señor. Tu alma jamás se enriqueció sola sino que ha sido dependiente de la prodigalidad diaria de Dios. Como resultado, tus oraciones han sido elevadas al cielo por toda una gama de bendiciones espirituales.
Tus deseos son incontables pero la capacidad de Dios para suplirlos es infinita. Tus oraciones han sido tan variadas como infinitas han sido sus bendiciones. ¿Acaso no tienes razones para decir: «Bendito sea el SEÑOR, que ha oído mi voz suplicante» (Salmo 28:6), porque aunque tus oraciones han sido numerosas, también lo han sido las respuestas de Dios? Él te ha escuchado «en el día de la angustia» (Salmo 50:15) y te ha fortalecido y ayudado aunque lo has deshonrado temblando y dudando ante su «propiciatorio» (Éxodo 25:17).
Recuerda esto y permite que llene tu corazón con gratitud a Dios que ha escuchado en su infinita gracia tus pobres y débiles oraciones. «Alaba, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Salmo 103:2).
De la pluma de Jim Reimann:
Nuestro Señor es un Dios generoso, que nunca dosifica sus bendiciones poco a poco ni reserva sus mayores bendiciones para después. No, él derrama con generosidad sus bendiciones sobre sus hijos. Considera los muchos regalos derramados sobre nosotros en los versículos que siguen:
En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento.
(Efesios 1:7-8)
¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!
(1 JUAN 3:1)
Redención, perdón, gracia, sabiduría, entendimiento y amor han sido derramados en nosotros.
Después de todo, «el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (Romanos 8:32).
Señor, gracias por tu Hijo y por todas las bendiciones que tenemos por estar en él. Que mi corazón se llene de gratitud al considerar tu generosidad.