Vuestro Padre celestial. (Mateo 6:26 RVR 1995)
De la pluma de Charles Spurgeon:
El pueblo de Dios son sus hijos por partida doble: son de la familia por creación y son sus hijos por la adopción en Cristo. Por lo tanto, tienen el privilegio de dirigirse a Dios diciendo: «Padre nuestro que estás en el cielo» (Mateo 6:9). Padre. ¡Qué palabra tan preciosa!
La misma palabra tiene autoridad. Sin embargo, «si yo soy tu Padre, ¿dónde está mi honor? Si ustedes son mis hijos, ¿dónde está su obediencia?» El término Padre mezcla afecto con autoridad, una autoridad que no evoca rebelión sino una autoridad que exige una obediencia que se manifiesta alegremente y no se retendrá aunque fuera posible. La obediencia que los hijos de Dios deben rendirle debe ser una obediencia en amor.
No encares el servicio al Señor como un esclavo que simplemente hace la tarea encomendada, sino sigue el sendero de sus mandamientos porque es el camino de tu Padre. «Presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia» (Romanos 6:13) porque la justicia es la voluntad de tu Padre y su voluntad será también la voluntad de sus hijos.
¡Padre! La palabra denota un atributo digno de un rey. Sin embargo, está tan dulcemente velada por el amor que la corona del Rey pasa al olvido al contemplar su rostro, y su cetro no es una barra de hierro sino de plata, es un cetro de misericordia. Es más, este cetro parece estar como olvidado en la tierna mano del que lo sostiene.
¡Padre! En este término encontramos honor y amor. ¡Cuán grande es el amor de un padre por sus hijos! Ni la palabra amistad, ni el término bondad podrían aproximarse a expresar lo que el corazón y las manos de un padre pueden hacer por su hijo. Son su propia simiente (él debe bendecirlos); son sus hijos (él debe manifestar su fuerza al defenderlos). Si un padre terrenal cuida a sus hijos con un amor y atención incesantes, ¿cuánto más lo demuestra nuestro Padre celestial?
«¡Abba! ¡Padre!» (Romanos 8:15). Cualquiera que haya musitado tales palabras habrá expresado la música más dulce que los querubines y serafines podrían haber cantado. El cielo se halla en la profundidad de aquella palabra: ¡Padre! Esta encierra todo lo que yo podría pedir, lo que mis necesidades podrían solicitar y todo lo que mi corazón podría anhelar.
Tengo el todo de todo, por toda la eternidad, cuando puedo decir: «Padre».
De la pluma de Jim Reimann:
Es una pena que sean tantos los que jamás experimentaron lo que es tener un padre terrenal o un padre celestial. Vivimos en una época en que un gran porcentaje de niños nacen de madres solas, una época que desvaloriza enormemente la importancia de que haya un padre en el hogar. Sin embargo, la relación con un padre terrenal es una de las primeras formas de aprender a relacionarnos con nuestro Padre celestial.
Querido creyente, sea que tengas o no la bendición de una relación cercana con un padre terrenal (o no tengas padre directamente), hay un Padre celestial que es capaz de ser tu «todo en todos» (1 Corintios 15:28), capaz de suplir todas tus necesidades. Y este «Padre sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan» (Mateo 6:8).
Padre celestial, te doy gracias por ser quien eres y porque deseas tener una relación íntima conmigo. Profundiza mi deseo de conocerte mejor. Esa es mi oración.
«No cesamos de orar por vosotros ... Así podréis andar como es digno del Señor, agradándolo en todo ... y creciendo en el conocimiento de Dios»
(Colosenses 1:9, 10, RVR 1995).