Dedíquense a la Oración



 De la pluma de Charles Spurgeon:

"Dedíquense a la Oración" (Colosenses 4:2)

Es interesante notar la gran porción de la Palabra sagrada de Dios dedicada al tema de la oración, ya sea dándonos ejemplos a seguir, exigiendo obediencia a su verdad o declarando promesas relacionadas con ella. Apenas abrimos la Biblia, nos encontramos con: «Desde entonces se comenzó a invocar el nombre del SEÑOR» (Génesis 4:26), y justo antes de acabar el bendito libro, llega hasta nuestros oídos el «amén» (Apocalipsis 22:21) de una petición cargada de propósito.

 

Los ejemplos son inagotables. En este libro encontramos a un Jacob que lucha (Génesis 32:22-32), a un Daniel que oraba tres veces al día (Daniel 6:10) y a un David que clamaba a su Dios con todo su corazón (Salmo 55:16; 86:12). Vemos a Elías en la montaña (1 Reyes 18:16- 46) y a Pablo y a Silas en la cárcel (Hechos 16:16-40). Encontramos infinidad de mandamientos e innumerables promesas.

 

¿Qué nos enseña esto, aparte de la sagrada importancia y la necesidad de la oración? Podemos estar seguros de que cualquier cosa que Dios haya destacado de forma prominente en su Palabra, es porque él anhela que sea llamativamente notoria en nuestra vida. Si él dice tanto sobre la oración es porque sabe cuánto necesitamos de ella. Nuestras necesidades son tan profundas que no debemos cesar de orar hasta que estemos en el cielo.

 

¿Crees que no tienes necesidades? Entonces me temo que no conoces tu verdadera pobreza. ¿No sientes el deseo ni la necesidad de hacerle peticiones a Dios? Entonces que Dios, en su inmensa misericordia, exponga tus miserias porque ¡un alma sin oración es un alma sin Cristo!

 

La oración es el balbuceo entrecortado del niño que cree, el grito de guerra del creyente que lucha y el réquiem del santo agonizante que se duerme en los brazos de Jesús. Es el aire que respiramos, es la clave secreta, es el aliento, la fortaleza y el privilegio de todo cristiano. De modo que si eres un hijo de Dios, buscarás el rostro de tu Padre y vivirás en el amor de tu Padre.

Ora pidiendo que en este año puedas ser santo, humilde, devoto y diligente; que puedas tener una comunión más cercana con Cristo y que ingreses con frecuencia al salón del banquete de su amor. Ora para que puedas ser un ejemplo y una bendición para los demás, y que puedas vivir más y más para la gloria de tu Señor.

Que nuestro lema para este año sea: «Dedíquense a la oración».

 

De la pluma de Jim Reimann:

Si, como lo expresa Spurgeon, «un alma sin oración es un alma sin Cristo», ¿cuántos somos los que transitamos cada día sin él? ¿Cómo es que profesamos conocer al Señor, diciendo que él es nuestro amigo, pero pasamos tan poco tiempo en comunión con él en oración?

Nuestro Señor Jesucristo estableció un magnífico ejemplo para nosotros de lo que representa la comunión con el Padre celestial. «Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar» (Marcos 1:35). Nuestro Señor oraba con frecuencia: al iniciar el día, antes de muchos de sus milagros, antes de las comidas y antes y durante su crucifixión, por nombrar solo algunas ocasiones. Él oró por los perdidos, por sus discípulos, por sus enemigos, por el mundo y por sí mismo. Muchas de sus oraciones han quedado registradas en su Palabra para enseñarnos cómo orar, cuándo orar y por quién orar.

Si Jesús, el perfecto Hijo de Dios, necesitó de tales momentos con su Padre, ¿cuánto más nosotros?