Una Gran Oportunidad


“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.” 2ª Corintios 4: 16 – 5: 1


Devocional 8

Serie Segunda de Corintios


En los devocionales anteriores hemos visto que, el milagro de producir una luz espiritual y un resplandor en nuestro corazón, con el cuál ahora podemos experimentar y conocer la gloria de Dios que se encuentra en la persona de Jesucristo, ha sido ocasionado únicamente por la voz de Dios y su poder. Es un milagro verdadero que ahora podamos experimentar con gratitud la gloria de Dios. También hemos visto que la gloria de Dios es la exposición y la revelación del valor infinito de Dios y de su belleza ante nuestros ojos. Ver la gloria de Dios es poder darnos cuenta de todo lo que Dios vale, lo que Dios es; Ver su santidad, su verdad, su belleza, su poder, su peculiaridad como creador y dueño del universo; Y saber que, en Cristo somos bienvenidos para conocer, ser cautivados y transformados por esta gloria. Y todo lo anterior no depende de nosotros, que somos vasos de barro (leer devocional anterior: La excelencia del poder de Dios.), sino que es un tesoro depositado en nosotros que depende del poder excelente y extraordinario de Dios actuando en medio de todas nuestras dificultades. 

El apóstol Pablo sabía que él mismo era un vaso de barro. Una persona de carne y hueso que, como todos nosotros, se iba desgastando cada día más. Sin embargo, él no veía el cuerpo humano y sus tribulaciones como algo que debiera aborrecerse y ser destruido. Los filósofos griegos del tiempo de Pablo enseñaban que el cuerpo humano  era una “prisión” que encerraba un alma libre y eterna, y que cuando destruyes el cuerpo, el alma finalmente quedaba liberada. Pero Pablo sabía que esto no era así. Él conocía que el cuerpo humano, con todas las complicaciones y dificultades que puede llegar a enfrentar, era una oportunidad de parte de Dios para experimentar más y más la gloria de Dios, y es una oportunidad para desarrollar una anhelo cada vez más fuerte por nuestra morada celestial eterna. Es también una oportunidad para ser renovado en el interior. No olvidemos que las aflicciones y las pruebas siempre son una oportunidad para experimentar más a Dios.

Pablo ejercía su vida y su ministerio humano con una perspectiva eterna en la mente y en el corazón. No se trataba, ni se trata ahora, de destruir el cuerpo y sus necesidades, sino más bien se trata de nutrir el cuerpo a la luz y en la conciencia de la eternidad con Cristo. Necesitamos ver nuestro cuerpo como el tabernáculo de Dios; el lugar donde mora el Espíritu Santo; el templo que Dios habita y llena con su presencia.  Por lo tanto, todo lo que hacemos con nuestro cuerpo, y la forma como lo alimentamos, debe ser hecho conforme a esta verdad. ¿Cómo mantenía Pablo esta perspectiva eterna en la vida?

Pablo ponía  frente a frente las tribulaciones de la vida (conflictos y las aflicciones) contra la Gloria de Dios. Ponía en una balanza: las tribulaciones por un lado, y la Gloria de Dios por otro lado; las comparaba para evaluar donde se encontraba su vida. Él escribió:  Las tribulaciones son momentáneas, mientras que la Gloria con Cristo será eterna; las tribulaciones son leves, casi no pesan cuando las comparas con el peso de Gloria de Dios; las tribulaciones son leves, la gloria de Dios pesa cada vez más.  Pablo sabía que su propio cuerpo, su “tabernáculo”, un día terminaría en esta tierra. Pero que cuando esto sucediera, Dios lo recibiría en una casa celestial y eterna, y seguramente ahí es donde está ahora el apóstol Pablo. Hoy debemos mantener una mente clara y un corazón dispuesto para ver las dificultades que enfrentamos en el cuerpo humano como una oportunidad de experimentar más la gloria de Dios. La gloria de Dios es algo acumulativo; va pesando más y más en la vida de los siervos de Dios. Mientras contemplamos la gloria de Dios en su palabra, en la vida de Cristo, un peso de gloria se va acumulando más y más en nuestro hombre interior.

Si hoy estás experimentando desgaste en tu cuerpo, en tu “hombre exterior”, entonces adora mas intensamente al Señor. Ora con más vehemencia.  Pídele más de su gloria y que Él te permita experimentar más del peso de su gloria en tu interior.

Recuerda que las tribulaciones son breves, no durarán para siempre. Pero la gloria de Dios, su poder, su amor, y sus moradas, son eternas. Hay una casa diseñada y construida por Jesucristo para ti en los cielos. Piensa en tu cuerpo como el tabernáculo donde habita la presencia de Dios. ¿Cómo cuidarías el lugar donde vive el Espíritu Santo si Dios te lo encargara?  Nuestro “hombre exterior” es un santuario temporal de la presencia de Dios; un día ya no existirá como lo conocemos hoy, sin embargo, mientras llega ese día cuando Dios nos llame a su presencia, tenemos que desgastarnos sirviendo al Señor y a nuestro prójimo.

Si estás cansado renueva todo tu ser en la presencia de Dios. Asiste a la Iglesia con hambre de Dios, haz un tiempo de oración en tu casa, busca ser renovado y saciado de Dios. No desmayemos.